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pierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho.

— El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer los privilegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar á los rotos cueros. Tenía el cura de las manos á don Quijote, el cual creyendo que ya había acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura diciendo:

—Bien puede la vuestra grandeza, alta y fermosa señora, vivir de hoy más segura, sin que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura, y yo también de hoy más soy quito de la palabra que os dí, pues con la ayuda del alto Dios, y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.

— No lo dije yo? dijo oyendo esto Sancho: sí, que no estaba yo borracho; mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante; ciertos son los toros, mi condado está de molde.

¿Quién no había de reir con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían, sino el ventero que se daba á Satanás; pero en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que con no poco trabajo dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta á consolar á Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que