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estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros, y la ventera decía en voz y en grito:

—En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta.

La vez pasada se fué con el costo de una noche de cena, cama, paja y cebada para él y para su escudero, y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero aventurero, que mala ventura le dé Dios á él y á cuantos aventureros hay en el mundo, y que por esto no estaba obligado á pagar nada, y que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca: y ahora por su respeto vino estotro señor, y me lleva mi cola, y hámela vuelto con más de dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi marido, y por fin y remate de todo romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre: pues no se piense, que por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre si no me la han de pagar un cuarto sobre otro, no me llamaría yo como me llamo, ni sería hija de quien soy.

— Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritornes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreía. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían. Dorotea consoló á Sancho Panza, diciéndole, que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía, en viéndose pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. Con-