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solóse con esto Sancho, y aseguró á la princesa que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante, y que por más señas tenía una barba que le llegaba á la cintura, y que si no parecía, era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía, y que no tuviese pena, que todo se haría bien, y sucedería á pedir de boca. Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vió que faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demás le rogaron la acabase: él, que á todos quiso dar gusto y por el que él tenía de leerla, prosiguió el cuento, que así decía:

Sucedió, pues, que por la satisfación que Anselmo tenía de la bondad de Camila, vivía una vida contenta y descuidada, y Camila de industria hacía mal rostro á Lotario, porque Anselmo entendiese al revés de la voluntad que le tenía; y para más confirmación de su hecho, pidió licencia Lotario para no venir á su casa, pues claramente se mostraba la pesadumbre que con su vista Camila recebía; mas el engañado Anselmo le dijo que en ninguna manera tal hiciese; y desta manera por mil maneras era Anselmo el fabricador de su deshonra, creyendo que lo era de su gusto. En esto el gozo que tenía Leonela de verse calificada en sus amores llegó á tanto, que sin mirar á otra cosa se iba tras á suelta rienda, fiada en que su señora la encubría, y aun la advertía del modo que con poco recelo pudiese ponerle en ejecución. En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y queriendo entrar á ver quién los daba, sintió que le detenían la puer-