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rar tal hecho de la mucha y familiar amistad de los dos, que dicen que era tanta, que los llamaban «los dos amigos»>.

—¿ Sábese por ventura, dijo Anselmo, el camino que llevan Lotario y Camila?

—Ni por pienso, dijo el ciudadano, puesto que el gobernador ha usado de mucha diligencia en buscarlos.

—Adiós vais, señor, dijo Anselmo.

—Con él quedéis, respondió el ciudadano, y fuése.

Con tan desdichadas nuevas casi llegó á términos Anselmo no sólo de perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantóse como pudo, y llegó á casa de su amigo, que aun no sabía su desgracia; mas como le vió llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venía fatigado. Pidióle luego Anselmo que le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir. Hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso; y aun que le cerrasen las puertas. Viéndose pues solo, comenzó á cargar tanto la imaginación de su desventura, que claramente conoció por las premisas mortales que en sí sentía, que se le iba acabando la vida; así ordenó de dejar noticia de la causa de su estraña muerte: y comenzando á escribir, antes que acabase de poner todo lo que quería, le faltó el aliento, y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su curiosidad impertinente. Viendo el señor de casa que era ya tarde, y que Anselmo no llamaba, acordó de entrar á saber si pasaba adelante su indisposición, y hallóle tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba sobre el papel escrito y abierto, y él