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tenía aun la pluma en la mano. Llegóse el huésped á él, y habiéndole llamado primero, y trabándole por la mano, viendo que no le respondía, y hallándole frío, vió que estaba muerto. Admiróse y congojóse en gran manera, y llamó á la gente de casa para que viesen la desgracia á Anselmo sucedida, y finalmente leyó el papel, que conoció que de su misma mano estaba escrito, el cual contenía estas razones :

«Un necio é impertinente deseo me quitó la »vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren á los »oídos de Camila, sepa que yo la perdono, porque »no estaba ella obligada á hacer milagros, ni yo »tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y »pues yo fuí el fabricador de mi deshonra, no hay »para que...» Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver, que en aquel punto, sin poder acabar la razón, se le acabó la vida. Otro día dió aviso su amigo á los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabían su desgracia, y el monasterio donde Camila estaba casi en el término de acompañar á su esposo en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, más por las que supo del ausente amigo. Dícese, que aunque se vió viuda, no quiso salir del monasterio, ni menos hacer profesión de monja, hasta que (no de allí á muchos días) le vinieron nuevas, que Lotario había muerto en una batalla que en aquel tiempo dió monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido á parar el tarde arrepentido amigo: lo cual sabido por Camila, hizo profesión y acabó en breves días la vida á las rigurosas manos de tristezas y melancolías. Este