las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote, ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.
Las mozas, que no estaban hechas á oir semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa.
1 —Cualquiera yantaría yo, respondió don Quijote, porque á lo que entiendo me haría mucho al caso.
A dicha acertó á ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado, que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que darle á comer.
—Como haya muchas truchuelas, respondió don Quijote, podrán servir de una trucha; porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos, que una pieza de á ocho. Cuanto más que podrían ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.
Pusiéronle la mesa á la puerta de la venta por el fresco, y trujóle el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento conio sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y era alta la babera, no podía po-