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—Mira enhoramala, dijo á este punto el ama, si me decía á mí bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor. Suba vuestra merced en buen hora, que sin que venga esa Urganda le sabremos aquí curar. Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías que tal han parado á vuestra merced.

Lleváronle luego á la cama, y catándole las feridas, no le hallaron ninguna, y él dijo que todo era molimiento por haber dado una gran caída con Rocinante su caballo, combatiéndose con diez jayanes, los más desaforados y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra.

—Ta, ta, dijo el cura: ¿jayanes hay en la danza? Para mi santiguada que yo los queme mañana antes que llegue la noche.

Hiciéronle á don Quijote mil preguntas, y á ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se informó muy á la larga del labrador del modo que había hallado á don Quijote. El se lo contó todo con los disparates que al hallarle y traerle había dicho, que fué poner más deseo en el licenciado de hacer lo que otro día hizo, que fué llamar á su amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino á casa de don Quijote.