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—CAPITULO VI

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la libreria de nuestro ingenioso hidalgo.

El cual aun todavía dormía. Pidió las llaves á la sobrina, del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dió de muy buena gana.

Entraron dentro todos y el ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes muy bien encuadernados y otros pequeños; y así como el ama los vió, volvióse á salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:

—Tome vuestra merced, señor licenciado, rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de la que les queremos dar, echándolos del mundo.

Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno á uno para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.

—No, dijo la sobrina, no hay para qué perdonar á ninguno, porque todos han sido los dañadores :

mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego, y si no llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera y no ofenderá el humo.