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CAPÍTULO VIII.

gar. Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazon á su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre[1], arremetió á todo el galope de Rocinante, y embistió con el primero molino que estaba delante, y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fué rodando muy mal trecho por el campo. Acudió Sancho Panza á socorrerle á todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podia menear: tal fué el golpe que dió con él Rocinante.—¡Válame Dios! dijo Sancho: ¿no le dije yo á vuestra merced, que mirase bien lo que hacia, que no eran sino molinos de viento, y no lo podia ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?—Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra mas que otras están sujetas á continua mudanza: cuánto mas, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Freston que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.—Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza; y ayudándole á levantar, tornó á subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba; y hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del puerto Lápice; porque allí decia Don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasagero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza, y diciéndoselo á su escudero, le dijo:—Yo me acuerdo haber leido que un caballero español, llamado Diego Perez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo ó tronco, y con él hizo tales cosas aquel dia y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron desde aquel dia en adelante Vargas y Machuca. Héte dicho esto, porque de la primera encina ó roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel: que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir á verlas, y á ser testigo de cosas que apenas podrán ser creidas.—A la mano de Dios, dijo Sancho, yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio la-

  1. Era un hierro que se introducia en el peto á la parte derecha, donde encajaba el cabo de la manija de la lanza para afirmar en él.