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CAPÍTULO XX.
saber que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la de oro ó la dorada, como suele llamarse: yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos: yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo tales grandezas, estrañezas y fechos de armas, que escurezcan las mas claras que ellos ficieron. Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y derrumba desde los altos montes de la luna, y aquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oidos: las cuales cosas todas juntas y cada una por sí son bastantes á infundir miedo, temor y espanto en el pecho del mesmo Marte, cuánto mas en aquel que no está acostumbrado á semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazon me reviente en el pecho con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por mas dificultosa que se muestra: así que aprieta un poco las cinchas á Rocinante, y quédate á Dios, y espérame aquí hasta tres dias no mas, en los cuales, si no volviere, puedes tú volverte á nuestra aldea, y desde allí por hacerme merced y buena obra, irás al Toboso, donde dirás á la incomparable señora mia Dulcinea, que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo. Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó á llorar con la mayor ternura del mundo, y á decirle:—Señor, yo no sé por qué quiere vuestra merced acometer esta tan temerosa aventura: ahora es de noche, aquí no nos ve nadie, bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres dias; y pues no hay quien nos vea, menos habrá quien nos note de cobardes; cuánto mas que yo he oido muchas veces predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced muy bien conoce, que, quien busca el peligro, perece en él: así que no es bien tentar á Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se puede escapar sino por milagro: y basta los que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle de ser manteado como yo lo fuí, y en sacarle vencedor, libre y salvo de entre tantos enemigos como acompañaban al difun-
TOMO I.
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