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CAPÍTULO XX.

ordenado que no se pueda mover Rocinante, y si vos quereis porfiar y espolear, y dalle, será enojar á la fortuna, y dar coces, como dicen, contra el aguijon. Desesperábase con esto Don Quijote, y por mas que ponia las piernas al caballo, menos le podia mover; y sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse, y esperar ó á que amaneciese, ó á que Rocinante se menease, creyendo sin duda que aquello venia de otra parte que de la industria de Sancho; y así le dijo:—Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar á que ria el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir.—No hay que llorar, respondió Sancho, que yo entretendré á vuestra merced contando cuentos desde aquí al dia, si ya no es que se quiere apear, y echarse á dormir un poco sobre la verde yerba, á uso de caballeros andantes, para hallarse mas descansado cuando llegue el dia y punto de acometer esta tan desemejable aventura que le espera.—¿A qué llamas apear, ó á qué dormir? dijo Don Quijote: ¿soy yo por ventura de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? duerme tú que naciste para dormir, ó haz lo que quisieres, que yo haré lo que viere que mas viene con mi pretension.—No se enoje vuestra merced, señor mio, respondió Sancho, que no lo dije por tanto; y llegándose á él, puso la una mano en el arzon delantero y la otra en el otro, de modo que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse apartar dél un dedo: tal era el miedo que tenia á los golpes que todavía alternativamente sonaban.—Díjole Don Quijote que contase algun cuento para entretenerle, como se lo habia prometido.—A lo cual dijo Sancho que sí hiciera, si le dejara el temor de lo que oia; pero con todo eso yo me esforzaré á decir una historia que, si la acierto á contar y no me van á la mano, es la mejor de las historias, y estéme vuestra merced atento, que ya comienzo.

Érase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal para quien lo fuere á buscar. Y advierta vuestra merced, señor mio, que el principio que los antiguos dieron á sus consejas no fué así como quiera, que fué una sentencia de Caton Zonzorino, romano, que dice: Y el mal para quien le fuere á buscar, que viene aquí como anillo al dedo para que vuestra merced se esté quedo, y no vaya á buscar el mal á ninguna parte, sino que nos volvamos por otro camino, pues nadie nos fuerza á que sigamos este donde tantos miedos nos sobresaltan.—Sigue tu cuento, Sancho, dijo Don Quijote, y del camino que hemos de seguir, déjame á mí