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Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/223

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CAPÍTULO XX.
pasos.—Retírate tres ó cuatro allá, amigo, dijo Don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices), y desde aquí adelante ten mas cuenta con tu persona, y con la que debes á la mia, que la mucha conversacion que tengo contigo ha engendrado este menosprecio.—Apostaré, replicó Sancho, que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba.—Peor es meneallo, amigo Sancho, respondió Don Quijote.=En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo; mas viendo Sancho que á mas andar se venia la mañana, con mucho tiento desligó á Rocinante y se ató los calzones. Como Rocinante se vió libre, aunque él de suyo no era nada brioso, parece que se resintió, y comenzó á dar manotadas, porque corvetas, con perdon suyo, no las sabia hacer. Viendo pues Don Quijote que ya Rocinante se movia, lo tuvo á buena señal, y creyó que lo era de que acometiese aquella temerosa aventura. Acabó en esto de descubrirse el alba y de parecer distintamente las cosas, y vió Don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que eran castaños, que hacen la sombra muy escura: sintió tambien que el golpear no cesaba; pero no vió quien lo podia causar, y así sin mas detenerse hizo sentir las espuelas á Rocinante, y tornando á despedirse de Sancho, le mandó que allí le aguardase tres dias á lo mas largo, como ya otra vez se lo habia dicho, y que si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese por cierto que Dios habia sido servido de que en aquella peligrosa aventura se le acabasen sus dias. Tornóle á referir el recado y embajada que habia de llevar de su parte á su señora Dulcinea, y que en lo que tocaba á la paga de sus servicios no tuviese pena, porque él habia dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaria gratificado de todo lo tocante á su salario, rata por cantidad del tiempo que hubiese servido; pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela, se podia tener por muy mas que cierta la prometida ínsula. De nuevo tornó á llorar Sancho, oyendo de nuevo las lastimeras razones de su buen señor, y se determinó de no dejarle hasta el último tránsito y fin de aquel negocio. Destas lágrimas y determinacion tan honrada de Sancho Panza, saca el autor desta historia, que debia de ser bien nacido, y por lo menos cristiano viejo: cuyo sentimiento enterneció algo á su amo; pero no tanto que mostrase flaqueza alguna, antes disimulando lo mejor que pudo, comenzó á caminar ácia la parte por donde le pareció que el ruido del agua y del golpear venia. Seguíale Sancho á pié llevando, como tenia de