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DON QUIJOTE.
costumbre, del cabestro á su jumento, perpetuo compañero de sus prósperas y adversas fortunas: y habiendo andado una buena pieza por entre aquellos castaños y árboles sombríos, dieron en un pradecillo que al pié de unas altas peñas se hacia, de las cuales se precipitaba un grandísimo golpe de agua: al pié de las peñas estaban unas casas mal hechas, que mas parecian ruinas de edificios que casas, de entre las cuales advirtieron que salia el ruido y estruendo de aquel golpear que aun no cesaba. Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y sosegándole Don Quijote, se fué llegando poco á poco á las casas, encomendándose de todo corazon á su señora, suplicándole que en aquella temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se encomendaba tambien á Dios que no le olvidase. No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba cuanto podia el cuello y la vista por entre las piernas de Rocinante, por ver si veria ya lo que tan suspenso y medroso le tenia. Otros cien pasos serian los que anduvieron, cuando al doblar de una punta, pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrísono y para ellos espantable ruido que tan suspensos y medrosos toda la noche los habia tenido, y eran (si no lo has, ó lector, por pesadumbre y enojo) seis mazos de batan, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban. Cuando Don Quijote vió lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo. Miróle Sancho, y vió que tenia la cabeza inclinada sobre el pecho con muestras de estar corrido. Miró tambien Don Quijote á Sancho, y vióle que tenia los carrillos hinchados y la boca llena de risa con evidentes señales de querer reventar con ella, y no pudo su melancolía tanto con él, que á la vista de Sancho pudiese dejar de reirse: y como vió Sancho que su amo habia comenzado, soltó la presa de manera, que tuvo necesidad de apretarse las hijadas con los puños por no reventar riendo. Cuatro veces sosegó, y otras tantas volvió á su risa con el mismo ímpetu que primero, de lo cual ya se daba al diablo Don Quijote, y mas cuando le oyó decir, como por modo de fisga:—Has de saber, ó Sancho amigo, que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la dorada ó de oro. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos, y por aquí fué repitiendo todas ó las mas razones que Don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes. Viendo pues Don Quijote que Sancho hacia burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el lanzon y le asentó