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DON QUIJOTE.
Luscinda dijo que era su esposo: yo soy el desdichado Cardenio, á quien el mal término de aquel que á vos os ha puesto en el que estais, me ha traido á que me veais cual me veis, roto, desnudo, falto de todo humano consuelo, y lo que es peor de todo, falto de juicio; pues no le tengo sino cuando al cielo se le antoja dármele por algun breve espacio. Yo, Dorotea, soy el que me hallé presente á las sinrazones de Don Fernando, y el que aguardó á oir el sí, que de ser su esposo pronunció Luscinda: yo soy el que no tuvo ánimo para ver en que paraba su desmayo, ni lo que resultaba del papel que le fué hallado en el pecho, porque no tuvo el alma sufrimiento para ver tantas desventuras juntas; y así dejé la casa y la paciencia, y una carta que dejé á un huésped mio, á quien rogué que en manos de Luscinda la pusiese, y víneme á estas soledades con intencion de acabar en ellas la vida, que desde aquel punto aborrecí como mortal enemiga mia; mas no ha querido la suerte quitármela, contentándose con quitarme el juicio, quizá por guardarme para la buena ventura que he tenido en hallaros; pues siendo verdad, como creo que lo es, lo que aquí habeis contado, aun podria ser que á entrambos nos tuviese el cielo guardado mejor suceso en nuestros desastres, que nosotros pensamos: porque presupuesto que Luscinda no puede casarse con Don Fernando por ser mia, ni Don Fernando con ella por ser vuestro, y haberlo ella tan manifiestamente declarado, bien podemos esperar que el cielo nos restituya lo que es nuestro, pues está todavía en ser y no se ha enagenado ni deshecho: y pues este consuelo tenemos, nacido no de muy remota esperanza, ni fundado en desvariadas imaginaciones, suplicoos, señora, que tomeis otra resolucion en vuestros honrados pensamientos, pues yo la pienso tomar en los mios, acomodándoos á esperar mejor fortuna: que yo os juro por la fé de caballero y de cristiano, de no desampararos hasta veros en poder de Don Fernando; y que cuando con razones no le pudiere atraer á que conozca lo que os debe, de usar entonces la libertad que me concede el ser caballero, y poder con justo título desafialle en razon de la sinrazon que os hace, sin acordarme de mis agravios, cuya venganza dejaré al cielo, por acudir en la tierra á los vuestros. Con lo que Cardenio dijo se acabó de admirar Dorotea, y por no saber qué gracias volver á tan grandes ofrecimientos, quiso tomarle los piés para besárselos, mas no lo consintió Cardenio, y el licenciado respondió por entrambos, y aprobó el buen discurso de Cardenio, y sobre todo les rogó, aconsejó y persuadió que se fue-