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CAPÍTULO XXXII.

ne voluntad de leella toda. A lo que respondió el ventero: Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que á algunos huéspedes que aquí la han leido, les ha contentad omucho, y me la han pedido con muchas veras; mas yo no se la he querido dar, pensando volvérsela á quien aquí dejó esta maleta olvidada, con estos libros y esos papeles, que bien puede ser que vuelva su dueño por aquí algun tiempo; y aunque sé que me han de hacer falta los libros, á fe que se los he de volver, que aunque ventero, todavía soy cristiano. —Vos teneis mucha razon, amigo, dijo el cura; mas con todo eso, si la novela me contenta, me la habeis de dejar trasladar.—De muy buena gana, respondió el ventero. —Mientras los dos esto decian, habia tomado Cardenio la novela, y comenzando á leer en ella, y pareciéndole lo mesmo que al cura, le rogó que la leyese de modo que todos la oyesen. Sí leyera, dijo el cura, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer. —Harto reposo será para mí, dijo Dororea, entretener el tiempo en oyendo algun cuento, pues aun no tengo el espíritu tan sosegado, que me conceda dormir cuando fuera razón. —Pues desa manera, dijo el cura, quiero leerla por curiosidad siquiera, quizá tendrá alguna de gusto. Acudió maese Nicolás á rogarle lo mismo, y Sancho tambien: lo cual visto del cura, y entendiendo que á todos daria gusto y él le recebiria, dijo: Pues así es, esténme todos atentos, que la novela comienza desta manera.



TOMO I.
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