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CAPÍTULO XXXIII.

bar á Camila de hermosa, diciéndole que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y discrecion, y que este le habia parecido buen principio para entrar ganando la voluntad, y disponiéndola á que otra vez le escuchase con gusto, usando en esto del artificio que el demonio usa, cuando quiere engañar á alguno que está puesto en atalaya de mirar por sí, que se transforma en ángel de luz, siéndolo él de tinieblas; y poniéndole delante apariencias buenas, al cabo descubre quien es, y sale con su intencion, si á los principios no es descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho á Anselmo, y dijo que cada dia daria el mesmo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparia en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su artificio. Sucedió, pues, que se pasaron muchos dias, que sin decir Lotario palabra á Camila, respondia á Anselmo que la hablaba, y jamas podia sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una señal de sombra de esperanza; antes decia que le amenazaba, que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo habia de decir á su esposo. Bien está, dijo Anselmo: hasta aquí ha resistido Camila á las palabras, es menester ver como resiste á las obras: yo os daré mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcais, y aun se los deis, y otros tantos para que compreis joyas con que cebarla: que las mugeres suelen ser aficionadas, y mas si son hermosas, por mas castas que sean, á esto de traerse bien y andar galanas: y si ella resiste á esa tentacion, yo quedaré satisfecho, y no os daré mas pesadumbre. Lotario respondió, que ya que habia comenzado, que él llevaria hasta el fin aquella empresa, puesto que entendia salir della cansado y vencido. Otro dia recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabia qué decirse para mentir de nuevo; pero en efeto, determinó de decirle que Camila estaba tan entera á las dádivas y promesas como á las palabras, y que no habia para qué cansarse mas, porque todo el tiempo se gastaba en balde. Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que habiendo dejado Anselmo solos á Lotario y á Camila, como otras veces solia, él se encerró en un aposento, y por los agujeros de la cerradura estuvo mirando y escuchando lo que los dos trataban, y vió que en mas de media hora Lotario no habló palabra á Camila, ni se la hablara si allí estuviera un siglo: y cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le habia dicho de las respuestas de Camila, todo era ficcion y mentira; y para ver si esto era ansí,