portada estampado el retrato del santo, á caballo y armado de piés á cabeza, al modo de los grabados que estaban realzando á los Amadises y los Esplandianes. Iba el caballo todo enjaezado y empenachado lujosamente, y llevaba por airones en el morrion una cruz con los clavos y la corona de espinas; en el escudo la imágen de las cinco llagas, y en la banderola de la lanza otra imágen de la Fe y el cáliz, con la siguiente leyenda: En esta no faltaré; y aquel peregrino libro estaba dedicado al condestable de Castilla.
En medio de tal desvarío, preso Cervantes en una aldea de la Mancha, se pone á idear el esterminio de la literatura caballeresca. Está presenciando su aceptacion, su triunfo y sus ínfulas; intenta, pobre, arrinconado, desvalido y sin nombradía, sin mas recurso que el de su agudeza y su pluma, abalanzarse á aquella hidra retadora de las leyes y la racionalidad. Mas se valió de arma mucho mas cortante para entronizar la sensatez, que argumentos, sermones y providencias legislativas; á saber, el escarnio. Cabal fué su triunfo. Cuantos moralistas y legisladores habian antes clamado contra los libros de caballería, pudieron decir de Cervantes, como Buffon de Juan Jacobo Rousseau, acerca de las madres criadoras de sus hijos. “Todos habiamos estado aconsejando lo mismo; pero solo él lo ha dispuesto y se ha hecho obedecer.” Un gentil hombre de la corte de Felipe III, Don Juan de Silva y Toledo, señor de Cañada Hermosa, habia dado á luz, en 1603, la Crónica del príncipe Don Policisne de Boecia; libro tan descabellado, que dejaba en zaga á sus compañeros, fué la última novela caballeresca que nació en España. Impreso el Quijote, no tan solo dejó de publicarse otra alguna, sino tambien de reimprimirse las antiguas, que vinieron á escasear en términos de haber parado en curiosidades bibliográficas. De muchas solo queda allá una memoria, y de otras no queda ni aun rastro de sus títulos. Fué en suma la aceptacion del Quijote tan esclarecida bajo este concepto, que críticos avinagrados han venido á tacharle el estremo opuesto, afirmando que la hiel satírica, trasponiendo su hito, habia malherido y aventado los impulsos del pundonor castellano.
Esplicado ya el intento fundamental del Quijote, es hora de acudir á la historia del libro y de su autor. Segun tradicion general, que tiene visos de verosímil, se recibió con suma tibieza la primera parte. Leyéronla gentes, como se lo debió maliciar desde luego Cervantes, que ó no la penetraron ó la desatendieron. Ideó entonces echar al público un folleto intitulado Buscapié, ó borrachuelo; en el cual, aparentando motejar el libro, esponia su contenido, dando á entender que por mas soñados que fuesen personages y acciones, cabia que tuviesen relacion con los hombres y negocios de aquel tiempo. Surtió cabal efecto la travesura. Con los apuntes conceptuosos del Buscapié, leyeron los discretos el libro, y se trocó la indiferencia en curiosidad. Reimprimióse la primera parte del Quijote en España aun en el mismo año de 1605, y voló por fuera inmediatamente con las ediciones hechas en Francia, Italia, Portugal y Flándes.
Aquella aceptacion esplendorosa no podia menos de acarrear á Cervantes un resultado mas positivo que el de afamarlo y socorrerlo; suscitóle una caterva de émulos y enemigos. No hablo tan solo de los vanidosos ruines á quienes todo mérito lastima y toda nombradía destempla. Harto rebosaba el Quijote de saetazos literarios disparados contra los ingenios ó los celebradores de libros y comedias contemporáneas para no alborotar la chusma literaria. Los mas encumbrados se avinieron placenteramente á los saetazos que les cupieron; y Lope de Vega, quizás el mas malparado de todos, no se mostró agraviado contra el escritor recien aparecido, que se atrevió á salpicar de asomos de hiel el néctar de alabanzas con que á diestro y siniestro lo estaban embriagando. Su nombradía y sus caudales debian mostrarlo garboso; y aun se allanó al agasajo de manifestar que Cervantes no carecia de estilo y de gracejo. Mas no sucedió otro tanto con los subalternos, que no podian menos de acudir al resguardo de su escaso concepto. Allá se descerrajó un fuego graneado contra el pobre Cervantes, en público y en particular. El uno, encaramado en los desvanes de su erudicion pedantesca, lo trataba de ingenio lego, falto de cultura y de saber; quien creía agraviarle apellidándolo Quijotista; quien lo tiznaba en folletillos, que eran los periódicos de aquel tiempo; quien, bajo su sobre, le enviaba un soneto malvado, y Cervantes para desagraviarse lo daba á luz inmediatamente. Entre la gente de alguna cuantía que le trabó guerra, citaremos á Don Luis de Góngora, fundador de la secta de los cultos, envidioso y criticon de suyo; el doctor Cristóbal Suarez de Figueroa, otro escritor celoso y burlon, y hasta el atolondrado Estevan Villegas, que titulaba Delicias sus poesías de principiante, y se hacia representar muy recatadamente en la portada como un sol saliente que empañaba el brillo á las estrellas, añadiendo á este emblema, muy enmarañado por lo visto, una divisa que despejase todas las dudas: sicut sol matutinus me surgente, quid istæ? Cervantes, que ni era avinagrado ni vanaglorioso, se reiria á carca-