y dió á mis piés dentro del baño. Acudí luego á desatar el lienzo, en el cual ví un nudo, y dentro dél venian diez cianiis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. Si me holgué con el hallazgo, no hay para que decirlo, pues fué tanto el contento como la admiracion de pensar, de donde podia venirnos aquel bien, especialmente á mí, pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino á mí, claro decian que á mí se hacia la merced. Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volvíme al terradillo, miré la ventana y ví, que por ella salia una muy blanca mano, que la abrian y cerraban muy apriesa. Con eso entendimos ó imaginamos, que alguna muger qué en aquella casa vivia, nos debia de haber hecho aquel beneficio, y en señal de que lo agradeciamos, hecimos zalemas á uso de moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí á poco sacaron por la mesma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron á entrar. Esta señal nos confirmó en que alguna cristiana debia de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacia; pero la blancura de la mano y las ajorcas que en ella vimos, nos deshizo este pensamiento, puesto que imaginamos que debia de ser cristiana renegada, á quien de ordinario suelen tomar por legítimas mugeres sus mesmos amos, y aun lo tienen á ventura, porque las estiman en mas que las de su nacion. En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso, y así todo nuestro entretenimiento desde allí adelante, era mirar y tener por norte á la ventana donde nos habia parecido la estrella de la caña; pero bien se pasaron quince dias en que no la vimos ni la mano tampoco, ni otra señal alguna: y aunque en este tiempo procuramos con toda solicitud saber quien en aquella casa vivia, y si habia en ella alguna cristiana renegada, jamas hubo quien nos dijese otra cosa, sino que allí vivia un moro principal y rico, llamado Agimorato, alcaide que habia sido de la Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad; mas cuando mas descuidados estábamos, de que por allí habian de llover mas cianiis vimos á deshora parecer la caña y otro lienzo en ella con otro nudo mas crecido: y esto fué á tiempo que estaba el baño como la vez pasada solo y sin gente. Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos; pero á ninguno se rindió la caña sino á mí, porque en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta escudos de oro españoles, y un papel escrito en arábigo, y al cabo de lo escrito he-
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Apariencia