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CAPÍTULO XLI.

iban cautivos, que en la primera ocasion les darian libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zorayda, el cual respondió: Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y buen término, ó cristianos, mas el darme libertad, no me tengáis por tan simple que lo imagine, que nunca os pusistes vosotros al peligro de quitármela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quien soy yo, y el interese que se os puede seguir de dármela, el cual interese, si le quereis poner nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello que quisiéredes por mi y por esa desdichada hija mía, ó si no por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma. En diciendo esto comenzó á llorar tan amargamente, que á todos nos movió á compasión, y forzó á Zorayda que le mirase, la cual viéndole llorar, así se enterneció, que se levantó de mis piés y fué á abrazar á su padre, y juntando su rostro con el suyo, comenzaron los dos tan tierno llanto, que muchos de los que allí íbamos le acompañamos en él. Pero cuando su padre la vió adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua: ¿Qué es esto hija, que ayer al anocher, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te ví con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas tenido tiempo de vestirte, y sin haberte dado alguna nueva alegre de solemnizarla con adornarte y pulirte, te veo compuesta con los mejores vestidos que yo supe y pude darte, cuando nos fué la ventura mas favorable? Respóndeme á esto que me tiene mas suspenso y admirado, que la misma desgracia en que me hallo. Todo lo que el moro decia á su hija, nos lo declaraba el renegado, y ella no le respondia palabra. Pero cuando él vió á un lado de la barca el cofrecillo donde ella solia tener sus joyas, el cual sabia él bien que le habia dejado en Argel, y no traídole al jardin, quedó mas confuso y preguntóle, que cómo aquel cofre habia venido á nuestras manos, y qué era lo que venia dentro. A lo cual el renegado, sin aguardar que Zorayda le respondiese, le respondió: No te canses, señor, en preguntar á Zorayda tu hija tantas cosas, porque con una que yo te responda, te satisfaré á todas, y así quiero que sepas, que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio: ella va aquí de su voluntad tan contenta, á lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tinieblas á la luz, de la muerte á la vida, y de la pena á la gloria. ¿Es verdad lo que este dice, hija? dijo el moro. —Así es, respondió Zorayda. —¿Qué en efecto, replicó al viejo, tú eres cristiana, y la que