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DON QUIJOTE.
diese un poco de espacio para poder desembarcar cómodamente. Embestimos en la arena, salimos todos á tierra, y besamos el suelo, y con lágrimas de muy alegrísimo contento, dimos todos gracias á Dios Señor nuestro, por el bien tan incomparable que nos habia hecho en nuestro viage: sacamos de la barca los bastimentos que tenia, y tirámosla en tierra, y subimos un grandísimo trecho en la montaña, porque aun allí estábamos, y aun no podiamos asegurar el pecho, ni acabábamos de creer, que era tierra de cristianos la que ya nos sostenia. Amaneció mas tarde, á mi parecer, de lo que quisiéramos: acabamos de subir toda la montaña por ver si desde allí algún poblado se descubria, ó algunas cabañas de pastores; pero aunque mas tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto, determinamos de entrarnos la tierra adentro, pues no podria ser menos, sino que presto descubriésemos quien nos diese noticia della, pero lo que á mí mas me fatigaba, era el ver ir á pié á Zorayda por aquellas asperezas, que puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, mas le cansaba á ella mi cansancio, que la reposaba su reposo, y así nunca mas quiso que yo aquel trabajo tomase: y con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua debiamos de haber andado, cuando llegó á nuestros oidos el son de una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca habia ganado, y mirando todos con atencion, si alguno se parecia, vimos al pié de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos voces, y él alzando la cabeza se puso ligeramente en pié, y á lo qué después supimos, los primeros que á la vista se le ofrecieron fueron el renegado y Zorayda, y como él los vió en habito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban sobre él, y metiéndose con estraña ligereza por el bosque adelante comenzó á dar los mayores gritos del mundo, diciendo: Moros, moros hay en la tierra: moros, moros, arma, arma. Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabiamos que hacemos, pero considerando que las voces del pastor habian de alborotar la tierra, y que la caballería de la costa habia de venir luego á ver lo que era, acordamos que el renegado se desnudase las ropas de turco, y se vistiese un gilecuelco ó casaca de cautivo, que uno de nosotros le dió luego, aunque se quedó en camisa, y así encomendándonos á Dios, fuimos por el mismo camino que vimos que el pastor llevaba, esperando siempre cuando habia de dar sobre nosotros la caba-