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CAPÍTULO XLI.
llería de la costa: y no nos engañó nuestro pensamiento, porque aun no habrian pasado dos horas, cuando habiendo ya salido de aquellas malezas á un llano, descubrimos hasta cincuenta caballeros, que con gran ligereza corriendo á media rienda á nosotros se venian: y así como los vimos nos estuvimos quedos aguardándolos, pero como ellos llegaron y vieron en lugar de los moros que busmeaban, tanto pobre cristiano, quedaron confusos, y uno dellos nos preguntó, si eramos nosotros acaso la ocasion porque un pastor habia apellidado al arma. Sí, dije yo, y queriendo comenzar á decirle mi suceso, y de donde veniamos, y quién éramos, uno de los cristianos que con nosotros venian, conoció al ginete que nos había hecho la pregunta, y dijo, sin dejarme á mí decir mas palabra: Gracias sean dadas á Dios, señores, que á tan buena parte nos ha conducido, porque si yo no me engaño, la tierra que pisamos es la de Vélez Málaga, si ya los años de mi cautiverio no me han quitado de la memoria el acordarme que vos, señor, que nos preguntais quien somos, sois Pedro de Bustamante tio mio. Apenas hubo dicho esto el cristiano cautivo, cuando el ginete se arrojo del caballo y vino á abrazar al mozo diciéndole: Sobrino de mi alma y de mi vida, ya te conozco, y ya te he llorado por muerto yo y mi hermana tu madre, y todos los tuyos que aun viven, y Dios ha sido servido de darles vida para que gocen el placer de verte: ya sabiamos que estabas en Argel, y por las señales y muestras de tus vestidos, y la de todos los desta compañía comprendo, que habeis tenido milagrosa libertad. —Así es, respondió el mozo, y tiempo nos quedará para contároslo todo. Luego que los ginetes entendieron que éramos cristianos cautivos, se apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos á la ciudad de Vélez Málaga, que legua y media de allí estaba. Algunos dellos volvieron á llevar la barca á la ciudad, diciéndoles donde la habiamos dejado, otros nos subieron á las ancas, y Zorayda fué en las del caballo del tio del cristiano. Saliónos á recebir todo el pueblo, que ya de alguno que se habia adelantado sabian la nueva de nuestra venida. No se admiraban de ver cautivos libres, ni moros cautivos, porque toda la gente de aquella costa está hecha á ver á los unos y á los otros, pero admirábanse de la hermosura de Zorayda, la cual en aquel instante y sazon estaba en su punto, ansí con el cansancio del camino, como con la alegria de verse ya en tierra de cristianos sin sobresalto de perderse, y esto le habia sacado al rostro tales colores, que si no es que la aficion entonces me engaña-