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DON QUIJOTE.

CAPÍTULO XLVI.

De la notable aventura de los cuadrilleros, y la gran ferocidad de nuestro buen
caballero Don Quijote.


E

n tanto que Don Quijote esto decia, estaba persuadiendo el Cura á los cuadrilleros, como Don Quijote era falto de juicio, como lo veian por sus obras y por sus palabras, y que no tenian para que llevar aquel negocio adelante, pues aunque le prendiesen y llevasen, luego le habian de dejar por loco: á lo que respondió el del mandamiento, que á él no tocaba juzgar de la locura de Don Quijote, sino hacer lo que por su mayor le era mandado, y que una vez preso, siquiera le soltasen trecientas. — Con todo eso, dijo el Cura, por esta vez no le habeis de llevar, ni aun él dejará llevarse, á lo que yo entiendo. En efeto tanto les supo el Cura decir, y tantas locuras supo Don Quijote hacer, que mas locos fueran que no él los cuadrilleros, si no conocieran la falta de Don Quijote, y así tuvieron por bien de apaciguarse, y aun de ser medianeros de hacer las paces entre el barbero y Sancho Panza, que todavia asistian con gran rancor á su pendencia. Finalmente, ellos como miembros de justicia mediaron la causa, y fueron árbitros della, de tal modo que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, á lo menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jáquimas: y en lo que tocaba á lo del yelmo de Mambrino, el Cura á socapa, y sin que Don Quijote lo entendiese, le dió por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula del recibo, y de no llamarse á engaño por entonces, ni por siempre jamas amen. Sosegadas pues estas dos pendencias, que eran las mas principales y de mas torno, restaba que los criados de Don Luis se contentasen de volver los tres, y que el uno quedase para acompañarle donde Don Fernando le queria llevar, y como ya la buena suerte y mejor fortuna habia comenzado á romper lanzas y á facilitar dificultades en favor de los amantes de la venta, y