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CAPÍTULO XLIX.

diciendo esto Don Quijote, se apartó con Sancho en remota parte, de donde vino mas aliviado y con mas deseos de poner en obra lo que su escudero ordenase. Mirábalo el Canónigo, y admirábase de ver la estrañeza de su grande locura, y de que en cuanto hablaba y respondia, mostraba tener bonísimo entendimiento, solamente venia á perder los estribos, como otras veces se ha dicho, en tratándole de caballerías: y así movido de compasion, despues de haberse sentado todos en la verde yerba, para esperar el repuesto del Canónigo, le dijo: —¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo, que venga á creer que va encantado, con otras cosas de este jaez, tan lejos de ser verdaderas, como lo está la mesma mentira de la verdad? Y ¿cómo es posible que haya entendimiento humano, que se dé á entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto Félix Marte de Ircania, tanto palafren, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trages, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mugeres valientes, y finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen? De mí sé decir, que cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginacion en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algun contento; pero cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego, si cerca ó presente le tuviera, bien como á merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros y fuera del trato que pide la comun naturaleza, y como á inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y como á quien da ocasion que el vulgo ignorante venga á creer y tener por verdaderas tantas necedades como contienen: y aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven á turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han hecho, pues le han traido á términos, que sea forzoso encerrarle en una jaula, y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae ó lleva algun leon, ó algun tigre de lugar en lugar para ganar con él, dejando que le vean. Ea, señor Don Quijote, duélase de sí mesmo, y redúzgase al gremio de la discreción,