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CAPÍTULO LI.
le entregó la misma noche que habia faltado, y que él la llevó á un áspero monte, y la encerró en aquella cueva donde la habian hallado. Contó tambien como el soldado, sin quitarle su honor, le robó cuanto tenia, y la dejó en aquella cueva y se fué: suceso que de nuevo puso en admiracion á todos. Dificil, señor, se hizo de creer la continencia del mozo; pero ella lo afirmó con tantas veras, que fueron parte para que el desconsolado padre se consolase, no haciendo cuenta de las riquezas que le llevaban, pues le habian dejado á su hija con la joya, que si una vez se pierde, no deja esperanza de que jamas se cobre. El mesmo dia que pareció Leandra, la despareció su padre de nuestros ojos, y la llevó á encerrar en un monasterio de una villa que está aquí cerca, esperando que el tiempo gaste alguna parte de la mala opinion en que su hija se puso. Los pocos años de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa, á lo menos con aquellos que no les iba algun interes en que ella fuese mala ó buena; pero los que conocian su discrecion y mucho entendimiento, no atribuyeron á ignorancia su pecado, sino á su desenvoltura y á la natural inclinacion de las mugeres, que por la mayor parte suele ser desatinada y mal compuesta. Encerrada Leandra, quedaron los ojos de Anselmo ciegos, á lo menos sin tener cosa que mirar que contento les diese, los mios en tinieblas sin luz, que á ninguna cosa de gusto les encaminase con la ausencia de Leandra: crecia nuestra tristeza, apocábase nuestra paciencia, maldeciamos las galas del soldado, y abominábamos del poco recato del padre de Leandra. Finalmente, Anselmo y yo nos concertamos de dejar el aldea, y venirnos á este valle, donde él apacentando una gran cantidad de ovejas suyas propias, y yo un numeroso rebaño de cabras tambien mias, pasamos la vida entre los árboles, dando vado á nuestras pasiones, ó cantando juntos alabanzas ó vituperios de la hermosa Leandra, ó suspirando solos, y á solas comunicando con el cielo nuestras querellas. A imitacion nuestra otros muchos de los pretendientes de Leandra, se han venido á estos ásperos montes, usando el mismo ejercicio nuestro, y son tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la pastoral Arcadia, segun está colmo de pastores y de apriscos, y no hay parte en él donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Este la maldice, y la llama antojadiza, varia y deshonesta, aquel la condena por fácil y ligera, tal la absuelve y perdona, y tal la justicia y vitupera: uno celebra su hermosura, otro reniega de su condicion, y en fin, todos la deshonran, y todos la adoran, y de todos se es-
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