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DON QUIJOTE.

dera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue á contar esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera? Apenas[1] habia el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habian saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que dejando la blanda cama del zeloso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte á los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero Don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó á caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel (y era la verdad que por él caminaba), y añadió diciendo: ¡Dichosa edad, y siglo dichoso aquel, adonde saldrán á luz las famosas hazañas mias, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles, y pintarse en tablas, para memoria en la futuro! ¡O tú, sabio encantador, quien quiera que seas, á quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia! ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mio en todos mis caminos y carreras. Luego volvia diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: ¡O princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazon! mucho agravio me habédes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazon, que tantas cuitas por vuestro amor padece. Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habian enseñado, imitando en cuanto podia su lenguage: y con esto caminaba tan de espacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante á derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel dia caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer esperiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino, fué la del puerto Lápice, otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que yo he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel dia, y al anochecer su rocin y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que mirando á todas partes, por ver si descubriria algun castillo ó alguna maja-

  1. Ridiculízanse las afectadas y pomposas descripciones que se leen frecuentemente en los libros de caballerías.