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CAPÍTULO II.

da de pastores donde recogerse, y á donde pudiese remediar su mucha necesidad, vió no lejos del camino por donde iba una venta, que fué como si viera una estrella que á los portales, si no á los alcázares de su redencion le encaminaba. Dióse priesa á caminar, y llegó á ella á tiempo que anochecia. Estaban acaso á la puerta dos mugeres mozas, destas que llaman del partido las cuales iban á Sevilla con unos arrierros, que en la venta aquella noche acertaron á hacer jornada; y como á nuestro aventurero, todo cuanto pensaba, veia ó imaginaba, le parecia ser hecho y pasar al modo de lo que habia leido, luego que vió la venta, se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuése llegando á la venta (que á él le parecia castillo), y á poco trecho della detuvo las riendas á Rocinante, esperando que algun enano se pusiese entre las almenas á dar señal con alguna trompeta, de que llegaba caballero al castillo. Pero como vió que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar á la caballeriza, se llegó á la puerta de la venta, y vió á las dos destraidas mozas que allí estaban, que á él le parecieron dos hermosas doncellas, ó dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdon así se llaman), tocó un cuerno, á cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó á Don Quijote lo que deseaba, que era que algun enano hacia señal de su venida: y así con estraño contento llegó á la venta y á las damas: las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban á entrar en la venta; pero Don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelon, y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo: Non fuyan las vuestras mercedes, nin teman desaguisado alguno, ca á la orden de caballería que profeso, non toca ni atañe facerle á ninguno, cuanto mas á tan altas doncellas, como vuestras presencias demuestran. Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubria: mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesion, no pudieron tener la risa, y fué de manera, que Don Quijote vino á correrse, y á decirles: Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez ademas la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo por-