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DON QUIJOTE.

labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpió el rostro, que lo tenia lleno de polvo. Y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció, y le dijo:—Señor Quijada (que así se debia de llamar cuando él tenia juicio, y no habia pasado de hidalgo sosegado á caballero andante), ¿quién ha puesto á vuestra merced desta suerte?=Pero él seguia con su romance á cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenia alguna herida; pero no vió sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecerle caballería mas sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oir los disparates que Don Quijote decia, y no menos iba Don Quijote, que de puro molido y quebrantado no se podia tener en el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponia en el cielo, de modo que de nuevo obligó á que el labrador le preguntase, le dijese qué mal sentia: y no parece sino que el diablo le traia á la memoria los cuentos acomodados á los sucesos, porque en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarraez, cuando el alcalde de Antequera Rodrigo de Narvaez le prendió y llevó preso á su alcaidía: de suerte que cuando el labrador le volvió á preguntar cómo estaba y qué sentia, le respondió las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondia á Rodrigo de Narvaez, del mesmo modo que él habia leido la historia en la Diana de Jorge de Montemayor, donde se escribe: aprovechándose della tan de propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oir tanta máquina de necedades: por donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa á llegar al pueblo, por escusar el enfado que Don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual dijo:—Sepa vuestra merced, señor Don Rodrigo de Narvaez, que esta hermosa Xarifa que he dicho, es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los mas famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo.—A esto respondió el labrador:—Mire vuestra merced, señor, ¡pecador de mí! que yo no soy Don Rodrigo de Narvaez, ni el marques de Mantua, sino Pedro Alonzo su vecino, ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarraez, sino el honrado hidalgo el señor Quijada.—Yo sé quien soy, respondió Don Quijote, y sé que pue-