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Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/89

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CAPÍTULO V.

do ser no solo los que he dicho, sino todos los doce pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama; pues á todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las mias.

En estas pláticas y en otras semejantes llegaron al lugar á la hora en que anochecia; pero el labrador aguardó á que fuese algo mas noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero. Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo y en casa de Don Quijote, la cual halló toda alborotada, y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de Don Quijote, que estaba diciéndoles su ama á voces:—¿Qué le parece á vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez (que así se llamaba el cura) de la desgracia de mi señor? seis dias ha que no parece él, ni el rocin, ni la adarga, ni la lanza, ni las armas: ¡desventurada de mi! que me doy á tender, y así es ello la verdad como nací para morir, que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario, le han vuelto el juicio: que ahora me acuerdo haberle oido decir muchas veces, hablando entre sí, que queria ser caballero andante, é irse á buscar las aventuras por esos mundos: encomendados sean á Satanás y á Barrabas tales libros, que así han echado á perder el mas delicado entendimiento que habia en toda la Mancha.=La sobrina decia lo mesmo, y aun decia mas: Sepa, señor, Maese Nicolas (que este era el nombre del barbero), que muchas veces le aconteció á mi señor tio estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos dias con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y ponia mano á la espada, y andaba á cuchilladas con las paredes, y cuando estaba muy cansado, decia que habia muerto á cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio, decia que era sangre de las feridas que habia recebido en la batalla, y bebíase luego un gran jarro de agua fria, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le habia traido el sabio Esquife[1], un grande encantador y amigo suyo; mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé á vuestras mercedes de los disparates de mi señor tio, para que lo remediaran antes de llegar á lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros (que tiene muchos), que bien merecen ser abrasados como si fuesen de hereges.—Esto digo yo tambien, dijo el cura, y á fe que no se pase el dia de maña-

TOMO I.
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  1. Su verdadero nombre es Alquife, que fué el sabio que escribió la crónica de Amadís de Grecia. Acaso la sobrina de Don Quijote estropeó el nombre de este encantador.