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Don Quijote.

nos fuésemos juntos.-En verdad, respondió el de la yegua, que no me pasara tan de largo, si no fuera por temor que con la com- pañía de mi yegua no se alborotara ese caballo.-Bien puede, se- ñor, respondió á esta sazon Sancho, bien puede tener las riendas á su yegua, porque nuestro caballo es el mas honesto y bien mira- do del mundo: jamas en semejantes ocasiones ha hecho vileza al- guna, y una vez que se desmandó á hacerla, la lastamos mi señor y yo con las setenas: digo otra vez que puede vuesa merced dete- nerse si quisiere, que aunque se la den entre dos platos, á buen se- guro que el caballo no la arrostre. Detuvo la rienda el caminan- te, admirándose de la apostura y rostro de Don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en el arzon delan- tero de la albarda del rucio, y si mucho miraba el de lo verde á Don Quijote, mucho mas miraba Don Quijote al de lo verde, pare- ciéndole hombre de chapa: la edad mostraba ser de cincuenta años, las canas pocas, y el rostro aguileño, la vista entre alegre y grave: finalmente, en el trage y apostura daba & entender ser hombre de buenas prendas. Lo que juzgó de Don Quijote de la Mancha el de lo verde, fué que semejante manera ni parecer de hombre no le habia visto jamas: admiróle la longura de su caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro, sus armas, su ademan y compostura, figura y retrato no visto por luengos tiem- pos atras en aquella tierra. Notó bien Don Quijote la atencion con que el caminante le miraba, y leyóle en la suspension su deseo; y como era tan cortes y tan amigo de dar gusto á todos, antes que le preguntase nada, le salió al camino, diciéndole:-Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comunmente se usan, no me maravillaria yo de que le hubie- se maravillado; pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le di- ga, como le digo, que soy caballero destos que dicen las gentes que á sus aventuras van. Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, de- jé mi regalo, y entreguéme en los brazos de la fortuna, que me lle- vasen donde mas fuese servida. Quise resucitar la ya muerta an- dante caballería, y ha muchos dias que tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando doncellas, y fa- voreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio de caballeros andantes: y así por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas he merecido andar ya en estampa en casi todas ó las mas naciones del mundo. Treinta mil volúmenes se han impreso de

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