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Don Quijote.
ron de no tocarle en ningun punto de la andante caballería, por no ponerse á peligro de descoser los de la herida, que tan tiernos estaban. Visitáronle en fin, y halláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde con un bonete colorado toledano, y estaba tan seco y amojamado, que no parecia sino hecho de carne momia. Fueron del muy bien recebidos, preguntáronle por su salud, y él dio cuenta de sí y della con mucho juicio y con muy elegantes palabras: y en el discurso de su plática vinieron á tratar en esto que llaman razón de estado y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquel, reformando una costumbre y desterrando otra: haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno, ó un Solón flamante: y de tal manera renovaron la república, que no pareció sino que la habian puesto en una fragua, y sacado otra de la que pusieron: y habló Don Quijote con tanta discreción en todas las materias que se tocaron, que los dos ecsaminadores creyeron indubitadamente que estaba del todo bueno y en su entero juicio. Halláronse presentes á la plática la sobrina y ama, y no se hartaban de dar gracias á Dios de ver á su señor con tan buen entendimiento; pero el Cura, mudando el propósito primero, que era de no tocarle en cosa de caballerías, quiso hacer de todo en todo esperiencía, si la sanidad de Don Quijote era falsa ó verdadera, y así de lance en lance vino á contar algunas nuevas que habian venido de la corte, y entre otras dijo, que se tenia por cierto, que el turco bajaba con una poderosa armada, y que no se sabia su designio, ni adonde habia de descargar tan gran nublado, y con este temor con que casi cada año nos toca alarma, estaba puesta en ella toda la cristiandad, y su Magestad habia hecho proveer las costas de Napóles y Sicilia y la Isla de Malta. A esto respondió Don Quijote: —Su Magestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer sus estados con tiempo porque no le halle desapercibido el enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo, que usara de una prevención, de la cual su Magestad la hora de agora debe estar muy ageno de pensar en ella. Apenas oyó esto el Cura, cuando dijo entre sí: Dios te tenga de su mano, pobre Don Quijote, que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad. Mas el Barbero, que ya habia dado en el mesmo pensamiento que el Cura, preguntó á Don Quijote, cual era la advertencia de la prevención que decia, era bien se hiciese, quizá podría ser tal, que se pusiese en la lista de los muchos advertimientos impertinentes que