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Capítulo I.

llan se determinó á llevársele consigo á que el arzobispo le viese, y tocase con la mano la verdad de aquel negocio. Con esta buena fe el buen capellan pidió al retor mandase dar los vestidos con que allí habia entrado el licenciado: volvió á decir el retor, que mirase lo que hacia, porque sin duda alguna el licenciado aun se estaba loco. No sirvieron de nada para con el capellan las prevenciones y advertimientos del retor, para que dejase de llevarle: obedeció el retor, viendo ser órden del arzobispo: pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes, y como él se vió vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellan, que por caridad le diese licencia para ir á despedirse de sus compañeros los locos.—El capellan dijo, que él le queria acompañar y ver los locos que en la casa habia. Subieron en efeto, y con ellos algunos que se hallaron presentes; y llegado el licenciado á una jaula adonde estaba un loco furioso, aunque entonces sosegado y quieto, le dijo: Hermano mio, mire si me manda algo, que me voy a mi casa, que ya Dios ha sido servido por su infinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo, de volverme mi juicio, ya estoy sano y cuerdo, que acerca del poder de Dios ninguna cosa es imposible: tenga grande esperanza y confianza en, que pues á mí me ha vuelto á mi primero estado, tambien le volverá á él, si en él confia: yo tendré cuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en todo caso, que le hago saber, que imagino, como quien ha pasado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos, y los celebros llenos de aire: esfuércese, esfuércese, que el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte. Todas estas razones del licenciado escuchó otro loco, que estaba en otra jaula frontero de la del furioso, y levantándose de una estera vieja, donde estaba echado y desnudo en cueros, preguntó á grandes voces, quien era el que se iba sano y cuerdo. El licenciado respondió:—Yo soy, hermano, el que me voy, que ya no tengo necesidad de estar mas aquí, por lo que doy infinitas gracias á los cielos que tan grande merced me han hecho.—Mirad lo que decis, licenciado, no os engañe el diablo, replicó el loco, sosegad el pié, y estaos quedito en vuestra casa, y ahorrareis la vuelta.—Yo sé que estoy bueno, replicó el licenciado, y no habrá para que tornar á andar estaciones.—¿Vos bueno? dijo el loco: agora bien, ello dirá, andad con Dios; pero yo os voto á Júpiter, cuya magestad yo represento en la tierra, que por solo este pecado que hoy comete Sevilla en sacaros de esta casa y en teneros por cuerdo, tengo de hacer un