DEJAMOS al gran gobernador enojado y mohino con el
labrador pintor y socarron, el cual industriado del ma-
yordomo, y el mayordomo del Duque, se burlaban de
Sancho; pero él se las tenia tiesas á todos, magüera tonto, bron-
co y rollizo, y dijo á los que con el estaban y al doctor Pedro. Re-
cio, que como se acabó el secreto de la carta del Duque habia vuel-
to á entrar en la sala:-ahora verdaderamente que entiendo, que los
jueces y gobernadores deben de ser ó han de ser de bronce para no
sentir las importunidades de los negociantes, que á todas horas y á
todos tiempos quieren que los escuchen y despachen, atendiendo
solo á su negocio, venga lo que viniere, y si el pobre del juez no
los escucha y despacha, ó porque no puede, ó porque no es aquel
el tiempo diputado para darles audiencia, luego le maldicen y mur-
muran, y le roen los huesos, y aun le deslindan los linages. Ne-
gociante necio, negociante mentecato, no te apresures, espera sazon
y coyuntura para negociar: no vengas á la hora del comer, ni á la
del dormir, que los jueces son de carne y de hueso, y han de dar á
la naturaleza lo que naturalmente les pide, si no es yo que no le doy
de comer á la mia, merced al señor doctor Pedro Recio Tirteafue-
ra, que está delante, que quiere que muera de hambre, y afirma que
esta muerte es vida, que así se la de Dios á él y a todos los de su
ralea, digo á la de los malos médicos, que la de los buenos palmas
y.lanros merecen. Todos los que conocian á Sancho Panza se ad-
miraban, oyéndole hablar tan elegantemente, y no sabian á qué
atribuirlo, sino á que los oficios y cargos graves, ó adoban, ó entor-
pecen los entendimientos. Finalmente, el doctor Pedro Recio Agüe-
ro de Tirteafuera prometió de darle de cenar aquella noche, aun-
que escediese de todos los aforismos de Hipócrates. Con esto que-
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Capítulo XLIX.
CAPÍTULO XLIX.
De lo qae le sacedid & Sancho Panza rondando su Insula.