ERA fresca la mañana, y daba muestras de serlo asimesmo
el dia en que Don Quijote salió de la venta, informán-
dose primero, cuál era el mas derecho camino para ir á
Barcelona, sin tocar en Zaragoza; tal era el deseo que tenia de sa-
car mentiroso aquel nuevo historiador, que tanto decian que le vi-
tuperaba. Sucedió pues que en mas de seis dias no le sucedió co-
sa digna de ponerse en escritura, al cabo de los cuales, yendo fue-
ra de camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas ó alcor-
noques, que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en
otras cosas suele. Apeáronse de sus bestias amo y mozo, y aco-
modándose á los troncos de los árboles, Sancho, que habia meren-
dado aquel dia, se dejó entrar de rondon por las puertas del sueño;
pero Don Quijote, á quien desvelaban sus imaginaciones mucho
mas que la hambre, no podia pegar sus ojos, antes iba y venia con
el pensamiento por mil géneros de lugares. Ya le parecia hallarse
en la cueva de Montesínos, ya ver brincar y subir sobre su pollina
á la convertida en labradora Dulcinea, ya que le sonaban en los
oidos las palabras del sabio Merlin, que le referian las condiciones
y diligencias que se habian de hacer y tener en el desencanto de
Dulcinea. Desesperábase de ver la flojedad y caridad poca de San-
cho su escudero, pues á lo que creia solos cinco azotes se habia da-
do, número desigual y pequeño para los infinitos que le faltaban:
y desto recibió tanta pesadumbre y enojo, que hizo este discurso:
-Si nudo Gordiano cortó el Magno Alejandro, diciendo: Tanto
monta cortar como desatar, y no por eso dejó de ser universal Se-
ñor de toda la Asia, ni mas ni menos podria suceder ahora en el
desencanto de Dulcinea, si yo azotase á Sancho á pesar suyo: que
si la condicion deste remedio está en que Sancho reciba los tres mil
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Capítulo LX.
CAPÍTULO LX.
De lo que sucedió á Don Quijote yendo á Barcelona.