mientos abrió Sancho los ojos y las orejas de un palmo, y dió con- sentimiento en su corazon á azotarse de buena gana, y dijo á su amo:-Agora bien, señor, yo quiero disponerme á dar gusto á vue- sa merced en lo que desea, con provecho mio: que el amor de mis hijos y de mi muger me hace que me muestre interesado. Diga- me vuesa merced, cuánto me dará por cada azote que me diere.- Si yo te hubiera de pagar, Sancho, respondió Don Quijote, confor- me lo que merece la grandeza y calidad de este remedio, el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte: toma tú el tiento á lo que llevas mio, y pon el precio á cada azote.-Ellos, respondió Sancho, son tres mil y trecientos y tantos: dellos me he dado hasta cinco, quedan los demas: entren entre los tantos estos cinco, y vengamos á los tres mil y trecientos, que á cuartillo cada uno, que no llevaré menos si todo el mundo me lo mandase: mon- tan tres mil y trecientos cuartillos, que son los tres mil, mil y qui- nientos medios reales, que hacen setecientos y cincuenta reales, y los trecientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen á hacer setenta y cinco reales, que juntándose á los setecientos y cincuenta, son por todos ochocientos y veinte y cinco reales. Es- tos desfalcaré yo de los que tengo de vuesa merced, y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado, porque no se toman truchas.... y no digo mas.-¡O Sancho bendito! ¡O Sancho ama- ble! respondió Don Quijote, y cuán obligados hemos de quedar Dulcinea y yo á servirte todos los dias que el cielo nos diere de vi- da. Si ella vuelve al ser perdido (que no es posible sino que vuel- va), su desdicha habrá sido dicha, y mi vencimiento felicísimo triunfo: y mira, Sancho, cuándo quieres comenzar la disciplina, que porque la abrevies te añado cien reales.-¿Cuándo? replicó San- cho, esta noche sin falta: procure vuesa merced que la tengamos en el campo al cielo abierto, que yo me abriré mis carnes. Llegó la noche esperada de Don Quijote con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo se habian quebra- do, y que el dia se alargaba mas de lo acostumbrado, bien así co- mo acontece á los enamorados, que jamas ajustan la cuenta de sus deseos. Finalmente se entraron entre unos amenos árboles, que poco desviados del camino estaban, donde dejando vacías la silla y albarda de Rocinante y el rucio, se tendieron sobre la verde yer- ba y cenaron del repuesto de Sancho, el cual haciendo del cabes- tro y de la jáquima del rucio un poderoso y flecsible azote, se reti-
ró hasta veinte pasos de su amo entre unas hayas. Don QuijotePágina:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha Tomo II.djvu/580
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