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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS
Lubova.

(Desfallecida, tiene que apoyarse en una mesa para no caer.)

¡Vendido...!

Varia.

(Desprende el manojo de llaves de su cintura y lo arroja al suelo. Parte en silencio.)

Lopakhin.

Yo lo compré. Atención, señores. Háganme el favor... Mi cabeza vacila. (Ríe.) Yo llegué a la subasta. Derejanof se me había anticipado. Leónidas Andreievitch no poseía más que quince mil rublos..., los de la tía de Yaroslaov. Derejanof ofreció, además del importe de las deudas, treinta mil. Yo, excluídas las deudas, pujé hasta noventa mil; y el jardín de los cerezos me fué adjudicado, con el resto. El jardín de los cerezos es mío. (Da saltos de alegría.) ¡Si mi padre y mi abuelo, desde el fondo de sus tumbas, pudieran asistir a este acontecimiento! ¡El pequeño Yermolai, que ellos dejaron en el mundo sin saber apenas leer y escribir, aquel mozalbete que durante el invierno caminaba descalzo, ha comprado esta vasta propiedad! Mi padre y mi abuelo eran siervos. ¿No parece esto un sueño? (Recoge del suelo las llaves, contemplándolas con amor.) Ha tirado