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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

te resultaría tal vez pálido y vulgar. Es el procedimiento empleado por Gogol, Chtchedrin, Lieskof, y más o menos, por la mayor parte de los novelistas rusos. En ocasiones, lo trágico y lo cómico confúndese de tal suerte que es imposible deslindarlos. La sala número 6 [1] es, en una clínica, el departamento destinado a los que padecen alucinación mental; tugurio infame, poblado de chinches, mal ventilado y pestilente. El médico se obstina en meter en la cabeza de los locos que vivir allí o al aire libre, tener hambre o satisfacer el apetito, ser bien tratado o recibir puñetazos de parte del guardián Nikita, es exactamente igual. El verdadero bienestar y la felicidad no dependen de tales pequeñeces. El guardián Nikita, oyendo la exposición de esas teorías, juzga que el doctor es digno de compartir la suerte de sus enfermos, y cuando al fin, fatalmente, llega a caer bajo su jurisdicción, aplicándole el mismo tratamiento que a los otros, le administra una paliza brutal que le causa la muerte.

En El jardín de los cerezos, lo cómico y lo trágico se mezclan de modo que entre sus personajes los hay, que son al propio tiempo trágicos y cómicos. En plena sátira, surge la nota sentimental. Un jardín de cerezos en flor es eje de toda la acción. Los actores nos descubren sucesivamente sus almas, y sin el menor esfuerzo mental, acabamos por familiarizarnos con todos ellos, cual si los conociéramos desde larga fecha. Ninguno de los que desempeñan papel principal será el genuino protagonista. Hay que seguir pacientemente el diálogo hasta el fin. Y pocos segundos antes del fin, el protagonista, que no habíamos sospechado, pues hasta entonces no pasaba de ser un tipo meramente episódico, aparece con una magnitud comparable a la de los héroes de la tragedia griega.

S. X.
  1. Traducida al castellano y publicada en la Colección Universal Calpe, con ese mismo título.