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ANTÓN P. CHEJOV

clase. Tiene los ojos llorosos. Está sentado; las rodillas levantadas a la altura de la barbilla, y se agita como un muñeco chino, fijos los ojos en su libro de problemas.

—¿Qué? ¿Estudias?—le pregunta Pawel Vasilevitch, sentándose junto a la mesa y bostezando siempre—. Sí, niño, sí, nos hemos dormido, nos hemos hartado de blinni [1] y mañana ayunaremos, haremos penitencia y luego a trabajar. Todo lo bueno se acaba. ¿Por qué tienes los ojos llorosos? Se ve que, después de los blinnis, el estudiar te coge cuesta arriba. Eso es...

—¿Qué es eso? ¿Te estás burlando del niño?—pregunta Pelagia Ivanova desde el aposento vecino—.Ayúdale, en vez de mofarte de él. Si no, mañana ganará otro cero.

—¿Qué es lo que no comprendes?—añade Pawel Vasilovitch dirigiéndose a Stiopa.

—La división de los quebrados.

—¡Hum! Es extraño. Esto no tiene nada de particular. Coge la regla y léela atentamente. Ella te enseñará lo que has de hacer.

—La cuestión es saber cómo se debe hacer. Enséñaselo tú mismo.

—¿Que te diga cómo? Muy bien; dame tu lápiz. Imagínate que tenemos que dividir siete octavos por dos quintos... ¡Oye; el te! ¿Está listo? Me parece que ya es tiempo de tomarlo... Sigamos la operación. Imaginémonos que no son dos quintos, sino tres quintos. ¿Qué obtendremos?

—Siete por diez y seis—contesta Stiopa.

  1. Especie de tortas de Carnaval.