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LA VÍSPERA DE LA CUARESMA

sofocante. En la fisonomía de todos revélase la pereza de quien tiene el estómago repleto y que, sin embargo, créese dispuesto a comer todavía. El samovar está vacío; retíranse las tazas; mas la familia continúa en torno de la mesa. Pelagia Ivanova levántase de cuando en cuando y encamínase a la cocina para entenderse con la cocinera respecto a la cena. Las dos tías permanecen inmóviles y dormitan sin cambiar de postura. La comadrona tiene hipo y a cada momento exclama:

—Diríase que apenas he comido y bebido.

Pawel Vasilevitch y Stiopa, sentados aparte, ojean un periódico ilustrado de 1878.

—«El monumento de Leonardo de Vinci, frente la galería, Víctor Manuel»—lee uno de ellos—. Vaya, parece un arco de triunfo. Un caballero y una señora. En perspectiva, hombrecitos.

—Aquel hombrecito—dice Stiopa—se parece a un colegial.

—Vuelve la hoja. «La trompa de una mosca vista al microscopio». Valiente trompa. Valiente mosca. ¿Que aspecto será el de una chinche vista al microscopio? ¡Qué feo es eso!

En el reloj suenan las diez. La cocinera entra y se prosterna a los pies de su amo [1]:

—Perdóname, por Dios, Pawel Vasilevitch—dice ella levantándose en seguida.

—Y tú perdóname también—responde Pawel Vasilevitch con indiferencia.

La cocinera pide perdón en la misma forma a todos

  1. Es costumbre, la víspera de la Cuaresma, que la gente se pida recíprocamente perdón.