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ANTÓN P. CHEJOV

—¡Hum! Esto no tiene nada que ver. En la Caligrafía, lo más importante no es la letra, sino la disciplina. A uno le doy con la regla en la cabeza; a otro le hago arrodillarse; nada tan fácil. Nekransot fué un buen escritor; pero su carácter de letra era admirable; en sus obras insértase una muestra de su caligrafía.

—Aquel era Nekransot, y usted es usted. Yo me casaré gustosa con un escritor—añade ella suspirando—. Me escribiría siempre versos...

—Versos puedo yo también escribírselos, si usted lo desea.

—¿Y sobre qué asunto escribirá usted?

—Sobre amor, sentimientos, sobre sus ojos... Como me leyera usted, se volvería usted loca. Incluso lloraría usted. Oiga, si yo le dirijo versos poéticos, ¿me dará usted su mano a besar?

—Esto no tiene importancia. Bésela ahora mismo, si así le place.

Schúpkin se levantó, sus pupilas dilatáronse y aplicó un beso a la mano regordeta, que olía a jabón.

Peplof, empujando con el codo a su mujer y abrochándose, todo pálido y agitado, dijo:

—Pronto, descuelga la imagen de la pared... ¡Entremos!

Y de sopetón abrió la puerta.

—Hijos—balbució, alzando las manos al cielo y estremecido. ¡Que Dios os bendiga, hijos míos...! ¡Creced y multiplicaos...!

—Y yo, y yo—dijo la madre, llorando de felicidad—. ¡Que seáis dichosos!

Luego, dirigiéndose a Schúpkin: