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LOS EXTRAVIADOS

coloca la cabeza sobre su carpeta y se tranquiliza poco a poco... Vencido por el cansancio, empieza a dormirse.

—¡He encontrado la carpeta! Oye la exclamación de Cosiaokin triunfante; no me falta sino encontrar el abrigo, y ¡a casa!

Pero en este momento, óyense ladridos de un perro, y de otro, y de un tercero... El ladrar de los perros acompañado del cacareo de gallinas forman una música salvaje. Un desconocido se acerca a Lapkin y le pregunta algo...; parécele que alguien pasa sobre el para saltar por la ventana...; gritan, pegan porrazos...; una mujer con delantal encarnado y un farol en la mano le interroga...

—¡No tiene usted derecho a insultarme!—dice desde dentro Cosiaokin—. ¡Soy funcionario de la Audiencia! Aquí tiene usted mi tarjeta.

—¿Para qué quiero yo su tarjeta?—respondió una voz ronca—. Usted me ha dispersado las gallinas, pisoteado los huevos...; admira su obra...; los pavitos tenían que salir del cascarón un día de estos, y usted les ha aplastado... ¡qué me importa a mí su tarjeta!

—¿Usted se atreve a detenerme? ¡Eso yo no lo admitiré jamás!

—¡Qué sed tengo...!—piensa Lapkin esforzándose por abrir los ojos y sintiendo que otra vez alguien pasa por encima de él y sale por la ventana...

—¡Soy Cosiaokin; mi casa está al lado! ¡Todo el mundo me conoce...!

—¡No conocemos a ningún Cosiaokin!

—¿Qué me cuenta usted? ¡Que llamen al alcalde; él me conoce!