—¡No se acalore usted! Ahora mismo vendrá la policía; conocemos a todos los veraneantes del lugar; a usted no lo hemos visto nunca.
—Todos me conocen: cinco años ha sin interrupción que veraneo en los Grili-Viselki.
—¡Caramba!; pero esto no son los Grili-Viselki; esto es Hilovo...: los Viselki están a la derecha, detrás de la fábrica de mixtos, a cuatro kilómetros de aquí.
—¡Que el demonio me lleve...! ¡Entonces he tomado otro camino...!
Los gritos humanos, el cacareo y los ladridos, se confunden en una zarabanda por entre la cual de vez en cuando se oyen las exclamaciones de Cosiaokin: «Usted no tiene derecho...» «Me las pagará...» «Ya sabrá usted con quién trata!...»
Por fin las vociferaciones se apaciguan, y Lapkin siente que le sacuden el hombro para despertarle...