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ANTÓN P. CHEJOV
Varia. (A Lopakhin y a Pitschik.)

Vamos, ya han dado las tres. Hay que tener un poco de conciencia. Hora es de dejar descansar a los viajeros.

Lubova.

Tú, Varia, tú eres siempre la misma. (La trae hacia ella y la besa.) Voy a tomar una taza de café, y nos iremos todos a dormir. (Firz coloca una almohadilla bajo los pies de Lubova Andreievna.) Gracias, querido. Yo no he perdido la costumbre de tomar café. Lo bebo de día y de noche... No sé prescindir del café... Muchas gracias.

Firz.

Sí está bien, señora.

Varia.

Hay que ver si trajeron todo el equipaje. (Váse.)

Lubova.

¿Es posible que sea yo la que se encuentra en este sitio? Ganas me vienen de saltar, de bailar. ¿Estoy soñando? Dios sabe si yo amo a mi patria. La adoro. Desde la ventanilla del vagón, la contemplación del paisaje me emocionaba profundamente. Lloraba como una niña... En fin, es necesario que acabe de to-