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ANTÓN P. CHEJOV
Gatef.

¡Qué diablo! ¡Es sorprendente! Hay algo extraño dentro de mi ojo derecho... Empieza a dolerme... (Ania entra.)

Varia

¿Por qué no duermes?

Ania.

No puedo.

Gaief.

¡Ay pequeña! (Besa las manos y la cara de Ania.) Hija mía (Lloriquea.), tú no eres mi sobrina; tú eres mi ángel, tú lo eres todo para mí. Créeme, tú eres lo que yo más quiero.

Ania.

Lo creo; todo el mundo le estima a usted y os respeta. Pero en ciertas ocasiones convendría que no hablase usted tanto. ¿Qué ha dicho usted, hace poco, a propósito de mamá, de su hermana? ¿A qué venían esas palabras?

Gaief.

Tienes razón, Ania. (Coge las manos de Ania y se cubre con ellas su propio rostro.) Es terrible; Dios mío,