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EL JUGUETE RABIOSO

mos... y súbitamente a grandes saltos huímos, abandonando la "bombarda" al enemigo.

Enrique terminó por decir:

—Ché, si Ud. necesita datos científicos para sus cosas yo tengo en casa una colección de revistas que se llaman Alrededor del Mundo" y se las puedo prestar.

Desde ese día hasta la noche del gran peligro, nuestra amistad fué comparable a la de Orestes y Pilades.

¡Que nuevo mundo pintoresco descubrí en la casa de la familia Irzubeta!

¡Gente memorable! Tres varones y dos hembras, y la casa regida por la madre, una señora de color sal con pimienta, de ojillos de pescado y larga naríz inquisidora, y la abuela encorvada, sorda, y negruzca como un árbol tostado por el fuego.

A excepción de un ausente que era el oficial de policía, en aquella covacha taciturna, todos holgaban con vagancia dulce, con ocios que se paseaban de las novelas de Dumas al confortante sueño de las siestas y al amable chismorreo del atardecer.

La casa era obscura, húmeda, con un jardincillo de mala muerte frente a la sala. El sol únicamente entraba por la mañana a un largo patio cubierto de verdinosas tejas.

Las inquietudes sobrevenían al comenzar el mes. Se trataba entonces de disuadir a los acreedores, de engatusar a los "gallegos de m...", de calmar el coraje de la gente plebeya que sin tacto ninguno vociferaba a la puerta cancel reclamando el pago de las mercaderías, ingenuamente dadas a crédito.

El propietario de la covacha era un alsaciano gordo,