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ROBERTO ARLT

por qué yo hice lo mismo, pero en dirección contraria y cuando nos encontramos, sin mirarme alargó el brazo y me dió una carta. Tenía un vestido rosa té, y me acuerdo que muchos pájaros cantaban en lo verde.

—¿Qué te decía?

—Cosas tan sencillas. Que esperara... ¿te das cuenta? Que esperara a ser más grande.

—Discreta.

—Y que seriedad, ché Enrique! Si vos supieras. Yo estaba allí, contra el fierro de la verja. Anochecía. Ella callaba... a momentos me miraba de una forma... y yo sentía ganas de llorar... y no nos decíamos nada... ¿qué nos íbamos a decir?

—Así es la vida— dijo Enrique —pero vamos a ver los libros. ¿Y el Lucio ese? A veces me dá rabia. ¡Qué tipo vago!

—¿Dónde estarán las llaves?

—Seguramente en el cajón de la mesa.

Registramos el escritorio, y en una caja de plumas las hallamos.

Rechinó una cerradura y comenzamos a investigar.

Sacando los volúmenes los hojeábamos, y Enrique que era algo sabedor de precios decía:

—"No vale nada", o "vale".

—Las Montañas del Oro.

—Es un libro agotado. Diez pesos te lo dan en cualquier parte.

—Evolución de la Materia. De Lebón. Tiene fotografías.

—Me la reservo para mí— dijo Enrique.

—Rouquete. Química Orgánica e Inorgánica.

—Ponelo acá con los otros.

—Cálculo Infinitesimal.

—Eso es matemática superior, y debe ser caro,