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Página:El juguete rabioso (1926).djvu/64

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EL JUGUETE RABIOSO

—¿Así que vos antes trabajastes en una librería?

—Sí, patrón.

—¿Y trabaja mucho el otro?

—Bastante.

—Pero no tiene tanto libro como acá, ¿eh?

—Oh, claro, ni la décima parte.

Después a su esposa.

—¿Y Mosiú no vendrá más a trabajar?

La mujer con tono áspero.

—Así son todos estos piojosos. Cuando se matan hambre y aprenden a trabajar, se van.

Dijo, y apoyó el mentón en la palma de la mano, mostrando entre la manga de la blusa verde un trozo de brazo desnudo. Sus ojos crueles se inmovilizaron en la calle transitadísima. Incesantemente repiqueteaba la campanilla del biógrafo, y un ravo de sol adentrado entre dos altos muros, iluminaba la fachada obscura del edificio de Dardo Rocha.

—¿Cuánto querés ganar?

—Yo no sé... Vd. sabe...

—Bueno, mirá... Te voy a dar un peso y medio, y casa y comida, vas estar mejor que un príncipe, eso sí — y el hombre inclinaba su greñuda cabeza — aquí no hay horario... la hora de más trabajo es de ocho de la noche a once...

—¿Cómo; a las once de la noche?

—Y que más quiere, un muchacho como vos estar hasta las once de la noche mirando pasar lindas muchachas. Eso sí, a la mañana nos levantamos a las diez.

Recordando el concepto que don Gaetano le merecía al que me recomendara, dije:

—Está bien, pero como yo necesito la plata, Vd. todas las semanas me va a pagar.

—Qué, ¿tiene desconfianza?