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jeos en vez de vocablos, ecos de vibraciones en vez de músicas de sonidos.

Y como había penetrado en el encanto inesperado de un milagro al verla llegar hacia mí, mis ojos penetraron también en una revista de letras en líneas temblorosas e incompletas, como si estuvieran viendo el silencioso desfile de un ensueño azul fijado ó prendido apenas en líneas de versos que decían cosas encantadoramente infantiles, sutilmente ideadas, leves, de levedad de gasa y de transparencia quebradiza como el cristal. Y retrocedí hasta mis cercanos años de adolescente para estar junto á ellos, ó dentro del espíritu alígero de ellos, y soñar, soñar mucho como un niño sueña, con ese inverosímil y hermoso sentir é imaginar de los que no tienen más que pupilas para deslumbrarlas de sol, y cerebro para encender el prodigio.

Era una candorosa niña, Delmira Agustini, adorable como una virgencita de carne, que había transformado por una milagrosa metamorfosis de la materia milagrosa, los ingenuos, los gemantes, los inverosímiles cuentos azules de los magos de Pascua y de las hadas de las Mil y una Noches, en visiones si tan magníficas y suntuosas, de más sentido humano y de más humano soñar. Sus manos de azucenas de cinco pétalos, tocaban por igual la tierra como el cielo, para buscar los gloriosos atributos con qué recamar sus versos esplendentes: El azul y el dios cristiano con su corte de soles y de estrellas y sus jardines de nubes; el suelo con sus olas, sus alas, sus flores, sus oros, sus mariposas y sus piedras preciosas. Era una pequeña maga que hacía su reino y su encantamiento, con los tesoros inacabables de todas las magias.

Y pasan los días de sus años jóvenes y llegan sus versos como una procesión cosmopolita que anda. Es

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