— Advierto á V., señorita, dijo, que se hca parado un animal encima de su vestido.
— ¡Oh, Dios mió! caballero, dijo la joven, no veo nada mas que á V.
En la Cuaresma del año último, no, no, yo creo que es en la del anterior, pero ello importa poco para la verdad de nuestro cuento; lo cierto es, como vamos diciendo, que una mañana, después de haberse confesado, volvió al monte el tio Lamberto el pastor, y llamando á un zagalote, como de quince años, que le ayudaba en la guarda del ganado, le dijo:
— Dime, Bartolo, ¿cuántos años tienes?
— ¡Años!! no tengo ninguno; calzones tengo dos pares.
— ¡Hombre, por Dios! te pregunto ¿qué edad tienes? es decir, ¿cuánto hace que has nacido?
— No lo sé; cá, si era yo entonces muy pequeño.
— Dios me dé paciencia: hombre, dime, ¿te has confesado alguna vez?
— ¡Yo! no lo sé.
— ¿Has ido alguna vez á misa cuando te toca ir al pueblo?
— ¡Ah! ¿es la misa cosa del pueblo? entonces si quiere V. iré ahora á traerla.
— A traerla no, porque no es cosa que se trae, pero á oiría si, es necesario que vayas ahora mismo, pues el señor cura no ha querido absolverme porque no te enviaba.
— Entonces me voy.
— Espera, porque te veo dispuesto á cometer un disparate si no te esplico lo que debes hacer. Mira, cuando llegues al pueblo, te vas á la plaza, y donde veas que se dirige mucha gente, sigue detrás, detrás, y haces lo que hagan ellos.
Bartolo no se hace de rogar, se pone la chaqueta y toma la dirección del pueblo.