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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 147

— Señor, contestó el joven, no puedo admitir la paga qtie me ofrecéis, porque estoy completamente satisfecho con el placer de haber salvado vuestro hijo, prescindiendo de que el salvador no he sido yo, sino el perro.

— Pues bien, yo doy mil rublos por el perro.

— El perro, contestó el joven, no valia mil rublos hace cinco minutos, pero ahora que ha salvado una vida no lo doy ni por diez mil.


La silba antes de tiempo.

El autor de una comedia nueva no quiso asistir á su primera representación, temiendo una silba espantosa en el acto tercero.

Cuando creyó que todo habia terminado, se marchó al café, y encontrando un amigo, le dijo:

— ¿Han silbado mi comedia en el tercer acto?

— No, no ha sido posible.

— ¿Por qué, amigo mió?

— Porque al principiarse el segundo, se hablan marchado todos los espectadores por no poderla resistir.


El ministro y las piruetas.

Cuando se nombró ministro á Z., dijo el maestro de baile que habia tenido de joven:

— No creo posible que desempeñe bien ese cargo; lo cierto es que fué mi discípulo dos años y no pudo aprender una pirueta.


La orden militar.

Uno de esos hombres que exageran y suben á las nubes lo poco que han hecho, llegó á Madrid propalando que venia á pretender una orden militar por los servicios que habia prestado en la guerra de la Independencia.

A los pocos dias de su llegada, y cuando estaba