Fuese de noche á la cama
Y se durmió el sacristán,
Soñando que le decia
El maldito Satanás:
—Porque me has puesto candela
Te voy un tesoro á dar,
Ven conmigo, que escondido
Lo tengo en un arenal.
Soñó, pues, que lo llevaba,
Y le dijo: — Aquí hallarás
El tesoro, cava aquí.
— No tengo con qué cavar,
El sacristán respondió.
— Pues pon alguna señal
Para que mañana vuelvas.
— En todo el campo no habrá
Una piedra, replicó.
— Pues pon una rama. — No hay,
Dijo el sacristán: y el diablo
Como no hallaba señal.
Le dijo: — Pues haz aquello
Que no se puede escusar.
El sacristán con la gana
De hallarle, sin mas ni mas,
Por no perder el tesoro
Empujó con gana, y zas
Despertó por la mañana
Y en la cama al despertar.
Sin que nada le faltase
Halló el tesoro cabal.
Un abogado tuerto que llevaba anteojos, dijo sn una ocasión á la parte que defendía:
— Creed que nada hallareis en mi de supérfluo.
— Yo creo, señor, que se equivoca V., dijo el litigante.
— ¿En qué? contestó con asombro el jurisconsulto.